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El fin del mundo

Pasó el miércoles, seguramente el LHC ya está funcionando y entregando sus petabytes de datos y el mundo aún sigue existiendo.

Mucha gente se preocupa por el fin del mundo. ¡Pero mucha! Y hay muchas que se lo toman muy en serio.

El mundo iba a terminar el miércoles 10 de setiembre de 2008, se va a terminar no sé que día de 2012, se hubiera terminado el 6/6/2006 y la película fue malísima. También se iba a terminar el 1° de enero de 2000 mientras Pablo y yo atendíamos la línea de PSS de Microsoft en Infocorp. Y seguramente el mundo se termine en el 2038 cuando todos los sistemas Unix dejen de entender la fecha actual y erróneamente se lancen torpedos de fotones entre las eventuales potencias del futuro.

Pero la verdad no entiendo por qué hay gente que se preocupa tanto por el fin del mundo. Por ejemplo, supongamos que me preocupo porque mañana va a ser el fin del mundo, entonces, voy a hacer lo siguiente:

1. Pagar toda la Visa y la MasterCard.
2. Dejar renovados por el tiempo máximo todos los dominios de internet.
3. Lanzar la versión final de un programita llamado MiODD que le paso a mis amigos… y aun sigue diciendo “Beta”.
4. Poner en línea el blog de Mamá.
5. Pasar la lectura del contador de energía eléctrica a la UTE.
6. Pagar los cartuchos que compré para la impresora.
7. Tapar el piano con la funda para que no se llene de polvo.
8. Desconectar todos los electrodomésticos porque no los voy a volver a usar.
9. Donar unas cosas que ya no uso a la gente del Barrio Las Láminas, en Artigas.
10. Comprar un pegotín de Remar en el ómnibus y pegarlo en cartelera.
11. Cambiar los posters de la cartelera.
12. Comprar los últimos 2 ó 3 discos de Madonna que me faltan.
13. Hacer respaldo de los datos de mi computadora.
14. Dejar la cama tendida y todas las camisas planchadas.

Y después de eso, sí, que se termine el mundo tranquilo que hice todo lo que tenía que hacer.

¿Pero para qué? Si el mundo se termina, es que el mundo se termina y no va a existir más. No va a haber nadie a quien legarle nada. Ni la gente de Las Láminas pordrá usar mi heladera vieja ni aquellas camisas que ya no uso porque no me quedan, ni la UTE podrá facturarme ni el Banco Comercial o Itaú podrán enviarme al Clearing.

Si el mundo se termina, que nos agarre sin preaviso. No hay razón para que movamos un pelo más o menos por dicha razón. Lo que no hicimos hasta ahora no va a servir de nada y lo que dejemos de hacer, no va  a haber nadie como para juzgarlo.

Así que hagamos las cosas cuando las tengamos que hacer y si no las hacemos, aceptaremos eventualmente sus consecuencias: Carpe Diem.

Gracias Cata por inspirar este post. Sólo recuerda: del lado derecho.

Nota: si, trabajé la noche conocida erroneamente como “cambio de milenio” donde el error del Y2K prometía detener todas las computadoras del mundo… pero esto amerita otro post.


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