Pasé cerca de una hora en la cruz. Un lindo momento de introspección. Saqué unas fotos, filme unos videos que luego disponibilizare a través de YouTube, y hasta hice de fotógrafo para un padre y su hijo.
Con esas personas intercambiamos breves historias. La primera vez que yo subí lo hice en 1990 con 12 años, el padre en 1975 con 16 y el hijo en 2008 con 9. Mientras el niño recorría cada ventana de la cruz, el padre me contaba que en aquella época era más difícil el acceso. No había camino marcado y la reserva no existía.
Luego que ellos se fueran, al rato llegaron 4 adolescentes y un niño. Sus padres no subieron a la cruz y los esperaron al pie. Estar fueron de las tantas personas que tuvieron problemas con el agua, pero algo consiguieron.
Dejandolos atrás, bajé de la cruz, conocí a sus padres y recorrí parte de la cima. Me acerqué un poco a la antena de Canal 7 y saqué unas fotos. Cuando me decidí a bajar, ellos ya estaban haciéndolo.
Comencé el descenso filmando un video. Sabía que sería corto así que aproveché a hacerlo en la parte más sencilla. Cuando comencé a necesitar mis manos, lo corté.
Tanto el ascenso como el descenso pueden ser divididos en 2 grandes partes. La parte inferior es de alguna piedra de origen granitico mientras que la superior es de origen volcanico. Está última está cubierta de musgos y liquenes, y es bastante porosa. Pero la primera es lisa y está cortada y arreglada a modo de escalones bastante irregulares.
El descenso es mucho más rápido y requiere menos energía. Sin embargo, debe tenerse mucho cuidado en no resbalar y hay que utilizar las manos para asirse a rocas, árboles o cualquier otra cosa que no pinche y sirva para sostenerse.
En el camino de bajada me encontré con varias parejas y grupos familiares. Trate de darles ánimo y especificarles cuanto tiempo de ascenso les quedaba. A una persona la escuché mencionar algo relativo al azúcar y la glicemia, como que le faltaba, y le ofrecí uno de los sobrecitos que llevaba. Quedó muy agradecida.
Otra persona me pregunto sobre un curso de agua. Le comenté que al llegar a una palmera que se veía desde era ubicación encontraría un poco de agua, la que al menos le serviría para refrescarse la cara y las manos.
Mi última interacción fue con una pareja que me consultó sobre el camino, y como los había escuchado mencionar que no tenían agua, esa fue mi gran recomendación. Creo que me hicieron caso porque volvieron hacia el parador y además le comentaron a otras personas que también iniciaban el ascenso.
Luego de tan gratificante experiencia, me volví para Santa Ana en el Fitito para llegar a almorzar unos ricos macarrones.
Vale la pena ir. No importa el costo. El momento no tiene comparación.